ANOREXIA

Aburrida y sin ganas de dormir. Son las 3:18 am y no tengo ganas de hacer nada... estoy deprimida por mi peso, deprimida por cómo me veo. No puedo ignorar eso porque es una parte importante de mí. Lo último que comí fue una manzana, pero porque quise darme un gusto antes de dejar de comer. Para mí no es tan difícil no comer, sino persuadir a los demás de que comí, porque me insisten para que coma y en mi familia no sé si van a seguir creyendo mis mentiras... ustedes saben... "No tengo hambre", "ya comí", "me siento mal"... Esas cosas. Voy a seguir utilizándolas, obviamente. Blablabla... Así que les voy a comentar lo que hice en el otro blog que tuve alguna vez. ¿Cómo comencé todo esto? ¿Por qué comencé? No comencé para querer parecerme a alguien, no comencé por un muchacho, no comencé por nada de esas boludeces. En verdad, desde los ocho años fui una pequeña niña rellenita, o bueh, con mucho sobrepeso. No me importaba en aquellos momentos. No me veía problema alguno. Me sentía y veía linda. Cuando comencé a crecer un poquito más, específicamente a los 10 años comenzaron a discriminarme. Mis compañeros, mis hermanos, amigos de mi hermano, el chico que en aquel momento me gustaba. No sólo eso, sino que siempre que conocía a una persona nueva, antes de mirarme a los ojos me miraban hacia la panza. Son cosas que duelen mucho, las agresiones hacia uno por un aspecto físico son muy dolorosas. Los chicos suelen ser muy crueles.
Cuando estuve en sexto grado fue el peor año de mi vida. Cada día que iba a la escuela debía soportar discriminaciones. “gorda de mierda”, “gorda cerda”, “termotanque” y cosas por el estílo.Yo no decía nada, pero lloraba. Me encerraba en mi habitación y lloraba. Me lamentaba como una infeliz, sin hacer algo al respecto.
Hasta el año pasado hubo ataques hacia mi persona, por supuesto. Cuando pasaba por la calle me decían “gorda”, “chanchita”, o inclusive me sentía mal cuando me decían “gordita linda”. Comencé a tomar la palabra “gorda” como un insulto, cada vez que me decían así (o me dicen ahora cariñosamente) me siento mal y me alejo hasta de los líquidos para no hincharme o verme gorda.En fin, nunca hice nada al respecto con mi físico, pero desde los diez años (y recuerdo perfectamente) me sentía mal conmigo misma. No tenía la voluntad de empezar una dieta siquiera porque me decía “miam! muchas cosas ricas como para privarme” y comía, comía y comía. Litros de leche, kilos de chocolate, toneladas de pan, y ni les cuento de las pastas.
A mediados del 2006 me veía ya demasiado mal, como un tanque alemán. Así que comencé una “dieta”, comiendo variado. Sí, me sentía aún mal por alimentarme: desayunaba y cenaba; pero no almorzaba ni merendaba. Y hay días que lo compensaba sin comer, pero al siguiente me llenaba de alimentos. No progresé mucho digamos. De 82 kg pasé a tener 74 para fines del mismo año. Sin dudas me detestaba a mí misma, increíblemente. Y no mejoró, durante las vacaciones hice poca y nada de actividad física (diciembre). Subí a 80 Kg. Lloré mucho cuando me pesé, porque creí que jamás podría ser lo que siempre quise.Un día leí una frase en una página de internet: “El único lugar se encuentra la palabra “Éxito” sin esfuerzo, es en el diccionario”. Así que comencé a ir a un gym con un amigo de aquel momento, Emanuel. No progresé demasiado: 78 Kg en un mes. Me pareció muy poco, entonces lloré y lloré. ¿Por qué era tan difícil ser perfecta? Lo tenía todo, menos el cuerpo.
Un día se conectó mi abuela por msn (sí, ella en internet), y me propuso algo que fue MUY difícil de rechazar: Ir unos días a Buenos Aires para ejercitarme en un gimnasio toda la mañana y tarde. Yo no lo pensé dos veces y acepté. Le pregunté a madre y ella me dejó. ¿Cómo perder la oportunidad de acercarme más hacia mi objetivo, y ver al muchacho que me tanto me gusta? (que vive a la vuelta de la casa de ella). ¡Estaba alegre! Me dije “grasa: no te aferres a mí, porque no vas a durar en mi cadera”. Una vez que fui y comencé ir al gimnasio me comencé a sentir bien. Desde las 7 am hasta las 5, 6 y hasta 7 de la tarde, SIN parar. Con mi abuela (haciendo también ejercicio, imaginense). Comíamos muy poco, no superaban las 400 Cal diarias, y yo aún más me restringía la comida, porque el no comer me hacía sentir bien, sana, flaca, especial. Digna de mí. Me quedé dos semanas y media allá alimentándonos con mi abuela como dos anorexicas. Así se me fue la panza, en lugar de grasa tenía músculos, estaba tonificada, bajé varios talles. Me comencé a gustar por primera vez: no sólo tenía la belleza internamente, sino externamente. ¿Pero qué pasó luego? Quería más. Quería estar más flaca, más linda, más tonificada. Dos semanas y media después tenía que ir a Brasil con mi familia, me sentí mal en parte, en otra me sentí bien: Mal porque me iba a alejar de mi novio, porque iba a abandonar un gimnasio increíblemente completo, hermoso; y porque no iba a ver más a una nueva amiga que hice allá, en el gym, Karen.Volví, me sentí vacía por tener lejos a Matías. Sentí como si valiera menos. Sentí que ya no tenía a una de las personas que más me supo entenderme desde Junio/Agosto del 2005, como un amigo. Como un muy buen amigo.Cuando fui a Brasil con mi familia, habré subido unos dos kilos. No lo disfruté demasiado por dos motivos: a. Extrañaba a Mat; y b. estaba comiendo. Estaba comiendo demasiado, y como se me hizo hábito y filosofía de vida: comer =muchas calorías=grasa en cuerpo=engordar como chancho=imperfección y discriminación=Soledad eterna. Cuando volví y me pesé, los 68 Kg de músculos fueron 70 Kg de grasa (según mi idea) y me puse histérica. Lloré desconsoladamente porque mi perfección se había ído en pizzas, panchos y mierdas brasileras. Sentí terribles ganas de cortarme, así fue como me hice el primer tajo, en el estómago, donde las calorías se depositaban luego de ser ingeridas. Sangré mucho, eso me calmó. Me hizo sentir viva, tranquila. Me sentí más aliviada, dejé de llorar. Pero aún no me quitaba la grasa. Debía hacer algo al respecto. Así que comencé a vomitar la comida. Me transformé en bulímica sin siquiera saberlo, pero me gustaba hacerlo porque cuando finalizaba me sentía digna, más linda, me sentía libre de culpas. Cuando estaba frustrada o triste, el vomitar me hacía sentir más aliviada, sin culpas; no sólo en cuánto a la comida, sino en general. La primera vez que lo hice sentí mucho alivio. Desde febrero del 2007 cada comida que ingresaba por mi boca no era bienvenida por mucho tiempo, no duraba ni media hora.
Después comencé a leer en internet sobre las consecuencias de los vómitos, no me gustaron y entonces directamente dejé de ingerir la comida a fines de abril y principios de mayo, casi era mi cumpleaños de 18. Me hacía sentir mejor así. Habían momentos en que ingería por ahí comida, pero la largaba y me hacía un corte por cada vez que comía.De esa forma mi familia, amigos y compañeros se transformaron en enemigos naturales; mientras que la mentira y los engaños en mis mejores aliados y amigos. “Ya comí”, “no me siento bien”, “no me gusta esa comida”, “me duele el estómago” eran las mentiras que más utilizaba. Los 70 se convirtieron en 60 en julio. Todo ese año abundó la depresión, desbalances, mareos, dolores de cabeza, bajones de presión, tics nerviosos, palpitaciones en el corazón que eran fulminantes, etc. No decía nada. Nunca dije nada de eso, porque lo que menos quería era ir a ver un médico. Mi vida giraba alrededor de las calorías, la comida, planear mi dieta para el otro día con menos de 200 cal. Contar, contar y contar calorías. Aprendí más de matemáticas y nutricionismo en esos meses que en toda mi vida, sin ninguna duda.
Llegó un momento en que me sentí por demás de débil y miserable, agosto era es mes, creo. Quise terminar con ese estílo de vida que me introdujo a un mundo que antes consideraba miserable. Quise comenzar a comer, pero no pude. Cuando comía un pequeño bocado sentía que una parte increíblemente fuerte en mí me dijera que lo vomitara. Me sentía indigna, desgraciada, miserable, idiota. Para hacerla más fácil, lloraba después de comer. Me sentía peor que si hubiese comido, cuando comía me cortaba, profundo para ver sangre y sentirme viva. Entonces no quise luchar más y seguir con “lo que fuera”. Quería saber qué tenía, qué me pasaba que no podía comer, qué era lo que hacía que la comida me de tanta fobia, tanto miedo, tanto pavor. Busqué y busqué por internet (tengo la maldita costumbre de consultar en donde sea cada duda que tengo), y encontré una página donde una chica decía que tenía un problema muy similar al mío. “Anorexia”. Pensé: “¿Esa enfermedad que ataca a las brutas superfluas? No puedo creer que sea una bruta superflua. No, no puede ser; si yo jamás discrimino a las personas, no soy así”. Entonces busqué más información sobre anorexia. Anorexia. Anorexia. Una página donde hablaba exclusivamente sobre anorexia. Mi perfil encajaba perfectamente con la de una anorexica. Y al parecer me equivoqué, según psicólogos y especialistas, las anorexicas no son gente superflua, sino perfeccionistas en todo sentido, que busca desarrollar todos los aspectos de su vida y superarse contínuamente. Eso mismo me pasaba a mí. Obsesiva por eso.Seguí buscando, seguí buscando, seguí buscando. Encontré una página donde una chica criticaba a las anorexicas. Me llamó la atención cuando puso “esas formas de llamarlas como ‘mis amigas ana y mia’…” Pensé: “¿Ana y Mia? ¿ellas quiénes son?” Puse en google: “Ana y Mia”. Saltaron cientas de páginas y blogs pro anorexia, comencé a verlas una por una. Leerlas una por una detenidamente. Gallegas, venezolanas, peruanas, argentinas, chilenas, paraguayas… ¡todas partes! Me presenté. Me recibieron como a una princesa, me daban su apoyo, decían que comprendían cómo me sentía. Sabían lo que se sentía tener encima tantas frustraciones, deseos frustrados de superarse, ser perfecta, mejor; además tener depresiones. Inclusive habían otras chicas que se autoflagelaban para sentir dolor y sentirse vivas. Me dije “No puedo creer que estas chicas estén pasando por lo mismo que paso yo”. Me sentí bien por primera vez en meses, como si hubiese encontrado un lugar donde me respetaban, donde me querían, donde no sólo me entendían, sino que me comprendían. Me sentía parte de algo exclusivo, de algo que sólo nosotras comprendíamos.Seguí en mi mundo. Empeorando, creyendo que mejoraba. Un gran error. La depresión sin embargo era igual o peor. Conocer gente que tiene el mismo problema, pero no estar cara a cara me deprimía, creí que era la única en mi ciudad con ese problema, aunque por otro lado sabía que no lo era. Me dije que mi vida no iba a volver a ser la pc, así que seguí intentando salir; aunque por otro lado tenía un gran miedo: creí que si abandonaba ese estílo de vida, iba a volver a engordar. Ese miedo me acompañó durante todo el primer intento de recuperación, quizás por eso no pude salir. Intenté de modo indirecto decirle a mis padres sobre mi problema, como contar las calorías en frente de ellos, a decirles que no quería comer para no volverme gorda de nuevo, entre otras señales. No lo tomaron como algo tan grave, creían que sólo quería cuidarme y que estaba haciendo una escena.
Un día, en la escuela me puse a hablar de calorías con un compañero de mi curso que iba a seguir la carrera de Nutricionismo. Mi preceptora aprovechó ese momento para hablar con nosotros y de paso, corroborar una hipótesis. Se dio cuenta que yo le tenía mucho miedo a las calorías, a no hacer ejercicio, a comer, entre otras cosas. Mientras estaba en clase, después del receso, Marta me sacó del curso para hablar, me preguntó si vomitaba después de comer o si no comía, que le dijera la verdad. Yo no supe qué decir, quería decirle pero no quería a la vez; pero como no supe mentir (ni sé, no sé si es bueno o malo) le dije que sí. Me derrumbé, lloré porque sentía presión, tensión. Mi cabeza me castigaba por decirle, sabía quizás que ella iba a hacer algo al respecto.Me dijo que quería hablar con mis padres. Cedí.Esa misma noche, cuando volví de voley le dije a padre “… por cierto, mi preceptora quiere hablar con vos mañana” Me preguntó por qué y entonces le dije. Me sentí mal por decirles, pero por otra parte bien. Dos días o tres días después comencé a ir a médicos. Me hicieron varios estudios, comencé a ir a una psicóloga, médica clínica, fui a varios sitios más. Sin embargo seguía con ese miedo de salir de mi ‘patología’, por miedo a engordar. No quería engordar. Me até.He cometido muchos errores en mi vida, pero creo que ninguno me costó tantas cosas como este. Me costó mi confianza, mi salud psíquica, física, espiritual, mi relación con mis padres, algunos amigos, mi novio, entre otras cosas. Por suerte nada es permanente, es decir, todo tiene posibilidades de solucionarse, de mejorar.Entonces comencé a tomar unas pastillas medicadas por mi psiquiatra Mariel: Fluoxetin y Risperidona. Creí que todo estaba mejorando con eso. Creí que en sí mi problema estaba desapareciendo, con ayuda de familia, amigos, pastillas, y en parte también por la facultad que estaba haciendo que deje de pensar obsesivamente en los alimentos, las calorías y engordar. Estaba cambiando, estaba siendo una mejor persona, más enfocada en su futuro. Los cortes estaban disminuyendo, los vómitos también…Los vómitos en sí no volvieron a aparecer, las ganas por ahí estaban pero eran controlables. Sin embargo, hace tres noches comencé a tener unas ganas increíblemente fuertes de cortarme, de ver sangre. Mi sangre. Necesitaba cortarme, me deprimí muchísimo (y eso que estaba medicada). Bajé las escaleras y fui con mi papá a hablar. Necesitaba hablar de algo que me hiciera sentir mejor, menos mal. Fui con padre a hablar un poco de todo, entre esos temas a hablar de ir el veinticinco de octubre a Buenos Aires para visitar a Matías (aunque no fueramos más novios, quedamos como amigos) por su cumpleaños. Me dijo que sí, que lo iba a hablar con madre antes. Me sentí mejor, hablamos de otras cosas y después disminuyeron mucho los deseos de hacerme daño y aumentó el sueño. Me fui a dormir, pero más tarde, mientras estaba durmiéndome, comenzaron otra vez las ganas obsesivas de dañarme, vinieron a mi cabeza todas mis frustraciones, todos mis problemas. No había nadie despierto, no podía ir a hablar con nadie. Estaba sola. Me corté, sangré mucho. Me sentí mejor así y con el increíble ardor me pude dormir tranquilamente, más calmada. A la mañana siguiente por el mismo ardor me desperté, me ví las manos y me dije “mierda”. Me hice los tajos como nunca me los había hecho (de profundidad). Comencé a ocultarmelos con una especie de guantes que me hice la misma mañana, pero mientras estudiaba con madre, sin querer se bajó un poco la manga y me lo vio. Comencé a temblar y le comenté mis problemas (o parte de éstos) mientras temblaba y lloraba.Ya aprendí que no tengo que cortarme. De todos modos si tengo ganas de hacerlo ya aprendí a descargarme por medio de la escritura o la pintura. Por eso mismo es que en este momento estoy haciendo un libro, sobre mí. Sobre mi vida con anorexia y antes de tenerla. Si salgo de esto antes de terminar el libro, además, lo contaré. Espero me vaya bien.